4 jul 2009

Piedad. Por Isabela

Últimamente todos los sueños de María la perturbaban, eran trágicos, obscuros, sangrientos y cuando había suerte, sin sonido; se asemejaban tanto a su realidad.
Entrar a ese laberinto de imágenes le provocaba una necesidad de zzzzuicidio.

4:00 AM de un fin de semana, con el verano en la frente y la lluvia en la ventana.

En un intento por engañar al sueño ella negocia el placer con las cobijas, su miedo a quedarse dormida la obliga a distraerse y saciar las ganas del cuerpo; se monta en él de la manera más mundana, - abrázame, susurra ella.
Los espejos que visten ese cuarto, le permiten reafirmar su coherencia, ella gime, grita y te ordena en un segundo que golpes su trasero, una palmada vuela y se queda grabada en el eco de tu sudor; el ardor, en ese grito ahogado que ella suelta para despistar al cansancio.
Los minutos pasan, el calor se vuelve insoportable, la humedad de las sabanas se mide en proporción a las batallas transcurridas, y ella teme tanto llegar al orgasmo, al final de la explosión, a que no llegue la muerte y solo el descanso, a esa maldita necesidad de cerrar los ojos y comenzar a soñar.
Silencio; sólo eso y dos respiraciones agitadas, de pronto María escucha un gemidito femenino, uno ajeno, uno que no es el suyo.

Tú ríes y comentas, -tienes competencia.
Yo me erizo y sujeto tu espalda; de repente otro gemido, uno mas fuerte y su voz, una que pide que pare, una mesa se mueve y se escucha como truena y ella o él caen en un golpe seco; pero no ha acabado el espectáculo de sonidos, otro gemido y el bramar de un azote; nuestra pared vibra y yo te encajo mis uñas, esta vez el golpe retumba en los resortes del colchón, te empiezas a quedar dormido y ríes porque crees que me excita la idea de escuchar gemidos ajenos, los sollozos de ésa, que grita que pare.
Silencio.
Escucho tus ronquidos bajitos y me empiezo a acurrucar, el plañir continuo es realmente escalofriante, es imposible reconocer la diferencia entre el placer y la agonía; te muevo y te lloro que me abraces, los golpes en la pared, de nuevo me asaltan yo solo pongo en la balanza de mi cabeza, las pesadillas y esta madrugada que parece infinita.
Volteo y miro el reloj, son casi las siete; suspiro y pienso en el alba y en que he librado ha la madrugada, a la pesadilla, a mi. Te abrazo y me dispongo a prender la tv; alguien toca la puerta, te intento despertar, pero tú aún sueñas, me levanto, me cubro con la sabana y pregunto quien es; pienso que es muy temprano para que servicio al cuarto nos interrumpa; una voz grave me contesta que es recepción, me asomo por la mirilla y entre abro la puerta.
Un policía, el gerente y el encargado piden disculpas y me preguntan con miedo y seriedad, si la noche anterior escuchamos algo en la habitación continua, al mismo tiempo que veo como la mucama saca una sabana como la que me cubre pero pintada en sangre.
Silencio. sszzilencio, szzilencio, zzzilencio, zzzzilencio

- Tuu tuu tuu tuu tuu tuu
Él se levanta, apaga la alarma, María suda y tú la abrazas.
-¿otro mal sueño, querida?
María voltea, el sol ya la desviste y el reloj marcando las 11:40 am con una sonrisa de maldad, le dice: Y tu que pensabas que habíamos librado la puta madrugada.
María se tumba en la cama y con el sol en la cara, suplica ¡piedad!.

1 comentarios:

Arturo Pérez Morán dijo...

Los cuartos de hotel son tan afrodisíacos como mortales. Un abrazo.