16 feb 2010

A veces...

En las calles un montón de cursis enamorados amenazan con apoderarse de la ciudad, desfilan en parejas, llevan como armas peluches y globos, dependientes sentimentales a los que la mercadotecnia les ha negado la erección y la libido. Me causan terror esas escenas, pobre San Valentín, que hasta hoy sigue sin tener su estampita con una letanía y se le confunde con un mariconaso cupido dibujado en las tarjetas que se obsequian en su día, vaya honor para un mártir.

Por miedo a tropezarme con las personas que menciono, he decidido quedarme en casa, beber alguna cerveza curaresaca, ver la jornada dominical de fútbol, distraerme de tu recuerdo, básicamente.

Esta epístola electrónica es el más claro ejemplo de mi fracaso, descolgándome entre digresiones para que pienses que no te extraño tanto-tanto, pero no me culpo, después de todo fueron buenos momentos. Aún te recuerdo con los ojos cerrados y las piernas abiertas, ese portón multidimencional de tu sexo, húmedo recinto que albergaba mi calma, la escalera que formaban las vértebras de tu espalda, subidas a toda calma por mis labios, el ruido de tacones advirtiendo la aproximación de tu presencia, detonador de mi lascivia.

Vienen a mi mente aquellos hermosos epigramas en Sánscrito y de los cuales encontré una selección de Paz en una tienda de libros vejos en la calle Juan Manuel, mientras tu comías en casa de tu tía, particularmente aquel que decía... en fin, lo tuyo era otra cosa, afirmar que tus clases de jazz en las que bailan las canciones de Britney Spears son de efectivamente de jazz, la novela de las 4 y los antros de moda.

Que falta me haces y que alivio es el no seguir juntos, seguro estaríamos como el resto de esos enamorados que no soporto.

Voy a cenar, si te ha llegado mi correo es por que decidí enviarlo, cosa que aún no es segura. Los “enamorados” se derretirían con el ocaso, mañana será un día normal


“Amor, Admira el arte del arquero: No toca el cuerpo y rompe corazones.”

15 feb 2010

Michelle

Te escribo sin pensar en una respuesta, sin hacerme responsable de mis palabras y con la firme intención de no averiguar si has recibido esta misiva cuyo tema me veo obligado a omitir.

Desearía hablar de tus manos, de tu boca, de tu cabello, de tus ojos, de tu voz, de tus palabras y de todo eso que es poesía pura. Sin embargo estoy cansado de regalarte paisajes maravillosos, cielos azules, y finales felices.

Por eso hoy con mis frases cortas, sin sentido pero bien sentidas, concluyo esta odisea cuyo inicio no está claro pero de la cual solamente se espera un final.

Ya no te miro cuando te miro, analizo tu forma de caminar como quien mira su destino. Suspiro, no por perderte sino por nunca haberte tenido.

Sonrío a la vez por ti con pena, no de esperarte pero, sí de que me esperes y te encuentres tan sola sin mí, sin haberme conocido.

Carta sin matasellos



Querida Aurora:

Me he encontrado con la novedad de que has huido, que dejaste esta loca ciudad de polvo y sangre para huir a los brazos de otro, o quizás de otra. Sinceramente en tu caso ya no sé qué esperar, así que una o ambas pueden ser las opciones que tomaste.

Quizás sea por eso que me resultas tan fascinante, y es que a pesar de que yo solía ser tu sombra; tú me resultas mas oscura y misteriosa de lo que yo (sombra al fin) puedo ser.

Querida Aurora, desde nuestro primer encuentro, fuiste mi amor moneda, a cara o cruz; una violeta violenta creciendo en el asfalto, un ave de mal agüero sin ojos a punto de elevar el vuelo. Recuerdo esa esquina, ese punto en esta ciudad de caos, locura esquina tristeza, era un lugar sucio y mal iluminado, una calle llena de personajes extraños a los que tú no hacías el menor caso, te miré un rato tratando de intuir cual sería la mejor frase para llamarte, no me atreví a hacerlo. No sabía tu nombre y decidí llamarte Aurora, eras tan efímera como sol al alba,... notaste mi torpeza y te acercaste a mi, comenzamos un diálogo absurdo que nos llevó por un interminable laberinto de antipoesía, irreverente y absurda.

Extraño llamarte en las noches sin horas, para contarte que mi mejor amigo me dejó solo en el sofá mientras él usurpaba mi cama para satisfacer su lujuria sobre una mujer desconocida. O para pedirte que encendieras mi imaginación perversa y melancólica. Siempre me sorprendió que estuvieses despierta en los mismos momentos en que yo me hundía en alcohol o cualquier otra sustancia para darle rienda suelta a mi soledad. Confieso que estuve a punto de enamorarme de ti, pero hiciste lo correcto, al decirme que no creyera todo lo que me leías.

De repente mutaste, te fuiste con tus pasos cortos y veloces, dejándome en una total incertidumbre sobre tu paradero, quizás aún te encuentras aquí, pero yo, con mi torpeza de siempre, no te veo. O quizás no deseabas decirme abiertamente que me has olvidado y no querías mas leerme antipoemas la noche… no lo sé. Por si las dudas, he dejado de llamarte, he borrado tu número, y olvidado tu dirección y tu verdadero nombre.

Pero a pesar de mis esfuerzos, te pienso, te sueño, y a veces sin proponérmelo, aun suspiro con la antipoesía que me diste, y se la declamo a la luna a traves de la ventana abierta por donde entrabas cada noche.
es verdad aun te espero...

Sinceramente

D.

14 feb 2010

¿cuánto mas?


Recuerdo que terminé esta carta cuando comencé a olvidar la verdadera razón de nuestra ausencia. Intenté hacer memoria, pero por más esfuerzo que hice no pude recordar. Una mujer, creo (o un hombre... juró que no me acuerdo)... lo unico que sé es que el orgullo era el responsable de que la boca no se abriera más que para dejar entrar las moscas y de inmediato se cerraba con tal de no dejarnos articular ni una sola palabra.

Echo de menos nuestros vicios. Invitarte un cigarrito a media noche no más para salir a dar la vuelta y susurrar tan bajito como secreto nuestro chisme del día. Ésa era la esencia de aquella nicotina parlante, bocanadas de palabras y no de humo, viciosos del habla y no de alquitrán. ¿por qué dejamos de fumar? Fue por frío.

Más de un par de veces juré armarme de valor y cantartela de frente, pero si con trabajos nos mirábamos, ¿tú crees que iba a poder componerte unas rimitas?

Febrero tocó a mi puerta, pero el invierno amenazaba con quedarse y el viento me preguntó: "¿Estás segura que el orgullo se traga?". Alguien contesto: "No, el orgullo no se traga; se vomita para que las palabras podridas puedan comenzar a salir".

Hoy es 14, llevo casi cuatro meses sin fumar, ¿qué dices?

Antónimos sinónimos

México,
mayo de 1967

Romina:

Te odio. Cada día que pasa no hago más que odiarte hasta cansarme. Me tiene sin cuidado si mi odio hacia ti te es indiferente, idiota o inútil; porque mi sentimiento de odio es puro, real, intenso… es un obsequio que te hago con sinceridad por haberme humillado como lo hiciste. Puedo imaginar cómo te burlas de mi odio, pero eso es algo que ya a estas alturas no me otorga más que placer, pues de algún mínimo modo logré hacerte reír y eso es algo que jamás podrás negar.

No necesito absolutamente nada de ti. No quiero saberte cerca, sana, viva, feliz… sólo quiero que por tus venas demoniacas corra mi odio en todo su esplendor.

Así es, Romina… ya lo habrás supuesto. Al fin lo superé y he transformado esa estúpida mentira en odio puro y sincero.

Te odio.

Gilberto.


India,
diciembre de 1970

Gilberto:

Lamento todo el daño que te pude haber provocado. Sólo quiero recalcarte una cosa: es verdad, me odias. Sin embargo, lamentablemente, no transformaste nada; de haber sido así, mi persona te causaría indiferencia, no odio.

Aún estás a mi merced.

Romina.

9 feb 2010

Cartas viejas y olvidadas (título basado en la exposición fotográfica del mismo nombre)


Algún lugar que no debió existir año …
A ti te corresponde:

Es muy extraño cómo en el bagaje tan amplio que miles de libros me han dado no encuentre una, tan sólo una palabra que me haga referirme a ti sin que malinterpretes, o siquiera intérpretes las cosas.
Si de algo sirve te comento cómo es que escribo esta carta. Hace frio, lo cual debe darte una pista. A lo lejos veo las luces del lugar que visitamos algún día con Eduardo y Sarahí. Ellos tampoco ya se reconocen. Sé que las luces me están diciendo algo, parpadean intermitentemente que me parecen como molinos que a instantes tratan de robarme las cosas adecuadas, pero lo que no saben es que, simplemente me traen recuerdos.
Te tengo miedo, mucho miedo. Cuando hablo contigo, o bien, cuando leo aquellas cartas que escribes y públicas para todos menos para mí, presiento que ya no soy nada. Tú dirás: “es que ya no eres nada”, pero en la intimidad de mis decisiones, impongo el poder de seguir siendo algo.
Me gustaría decirte que estoy bien, que aunque este cuarto esté vacio, está desbordando felicidad. Por las mañanas, camino por tu casa temprano, más temprano que el señor de la leche cuyo claxon renombra la mexicanísima forma de anunciar el nuevo día; me quedo en la esquina con la pena de pensar que podrían salir tus padres y con voces sin calentar entre el frio me digan que me largue. Sé que eso no pasaría, ellos jamás fueron groseros conmigo, son como mi familia, como una familia que ya jamás tendré.
Haces treinta minutos de trayecto de tu trabajo a casa. Estos últimos días ha llovido, y aunque yo suelo estar preparado con un paraguas, me mojo como lo haces tú, porque sé que no aceptarías de mí nada jamás y te acompaño dos cuadras atrás; sí, soy yo el tipo patético que ha dejado su barba crecer para escabullirse entre la multitud sin oficio.
Estoy enfermo, y siento que pronto voy a morir, aunque la muerte no es, ni quiero que sea un pretexto. En realidad no voy a morir, sí, era un pretexto; quisiera verte un momento, tocarte, sin motivos, sin querer besarte, sólo para saber que aún estás tan viva como siempre.
Probablemente rompas esta carta desde que veas el sello postal, si no, seguramente madrugarás un par de mañanas alertando a tus padres, pero yo, ya no estaré ahí, porque simplemente estoy muy lejos.
Por si acaso y es lo más seguro, en el frente de la carta puse una frase, la de nuestra canción, para que sepas que soy yo, aunque no por nada del mundo desees eso.

Con los atentos saludos
Yo, el que ya no es para ti.