31 may 2009

Haiku I. Arturo Pérez

Estoy sentado en la banca del parque. Frente a mi, está escrito un Haiku e intento comenzar mi lectura del Vampiro de la colonia Roma. Dos chicas con su uniforme de secundaria llegan a la banca donde estoy y se suben a ésta para poder ver mejor la estúpida rutina de dos estúpidos payasos que están a estúpidos cinco metros de nosotros. Yo giro mi cuerpo y me pongo a verles con descaro las piernas. Distingo perfectamente el bello vello de sus piernas que comienza a erizarse con el frío de la noche. Las colegialas se incomodan, se bajan y se van. Las sigo con la mirada y me topo con las miradas perrunas de unos perros policías. Nos miramos largos instantes. Pero luego ellos voltean a verle las nalgas a las niñas y ahí es donde se joden.

Decido concentrarme en el libro, presiono el play de mi walkman y dejo que Phish me acompañe en la lectura. Ya había comenzado a leer este libro alguna vez que entré a la biblioteca del Estado y nomás llegué hasta la mitad. Pero hoy me decidí a comprarlo. Cuando estaba en el primer semestre de prepa, un amigo, al que le decimos “el vampiro”, y sin que tenga que ver una cosa con la otra, lo estaba leyendo a escondidas, los fines de semana, en la casa de sus tíos. Y todos los lunes nos contaba emocionado las aventuras, desventuras y sueños de Adonis García. Durante mucho tiempo creí que lo que nos contaba lo leía en las revistas Pimienta. Mi mente adolescente aun no concebía que algo así pudiera publicarse como un libro.

Mientras intento leer, me doy cuenta de que tomé mas vodka del necesario y me acuerdo de mi perro callejero, el que, una noche, también murió envenenado y yo lo vi morir. Lo vi clavar los colmillos en el pavimento y arquear su espalda hacia el cielo negro. Fue terrible. Creo que esa fue la primera vez que desee con toda mi alma tener en la mano un revolver cargado.

¿Cómo pueden hacerle eso a un animal?

Una señora, de entre cuarenta y mil años, llega a la banca, me mira un instante y se sienta a ver, desde ahí, a los payasos. Lleva una blusa de manta color naranja, que le deja descubierta la mitad de la espalda. No puedo ver el resto del cuerpo, ni su cara. Pero su espalda se ve tan fresca, tan tersa. No tiene una sola marca de acné o vellos o poros abiertos. Cuando me doy cuenta, acabo de plantarle un beso húmedo sobre su espalda, justo a la altura de su corazón.

La señora se levanta y pega grandes chillidos. Yo no sé que hago ahí. La policía deja de ver a los payasos y se vienen contra mi. Me comienzan a madrear con furia por haber hecho que se perdieran la mejor parte de la rutina. Y yo solo alcanzo a cubrirme la cabeza y aguantar los toletazos en las costillas, en los brazos y las piernas. Pienso en muchas cosas: en ofensas a los polis, a la señora, pero sobre todo pienso en donde estará mi libro, mi walkman, en la espalda de la señora que sigue chillando para que me dejen de golpear. Pero los polis ya están muy calientes. Fue un mal entendido, repite la señora una y otra vez hasta que me dejan en paz.

En el pasto, de rodillas, busco mi libro y mis audífonos. El orgullo me pone de pie. Los polis no me quitan la mirada grasienta de encima mientras acarician morbosamente la punta de sus macanas. La señora me ve de pies a cabeza y se arrepiente de haber hecho tanto escándalo, pues hace mucho que no se la cogen y hoy pudo haber sido su gran noche. Pero ni modo. Guardo mis cosas en mi morralito, me abro paso entre la gente y me voy en busca de un helado de limón en barquillo.

Un gran aplauso,
los payasos terminan

1 comentarios:

Isabela dijo...

Un gran aplauso por tus letras que me gustaron.
Soy fan de la descripción y me gusto como llevaste este semi cronica nocturna.
estrujos y saludos de Isabela