23 dic 2008

Reverso. Laura Avalos

… Graciela, Lucia, Alicia. Hubiera podido pensar en siete nombres mas, todas bellas, todas evocadas es sus solitarias noches, cuando su mano subía y bajaba por la lujuria. Pero Gerardo era así. La inspiración siempre se le escondía, la necesitara o no, lo bueno era que había memorizado algunas frases y adjetivos que le servían para redactar la nota roja, finalmente ese tipo de notas tenían su encanto en sí mismas trágicas, morbosas, siniestras. Como ella. Trató de ordenar sus pensamientos, aspiró a su cigarrillo, y evocó a una lolita, no le importaba a cual de ellas invocaba, la única condición era escribirle un poema a Ella…




***


Fue en un accidente que Gerardo la conoció. Una joven desparpajada de escandalosa apariencia, gabardina corta que dejaba ver la piel blanca de sus piernas, pelo negro, ojos grandes delineados en negro, cigarro en mano, botas blancas; la vio recorrer la escena del crimen mientras tomaba notas y fotos para su noticia. Se había encontrado un cadáver degollado, rodeado de libros de poetas, Eluard, Huerta, Bennedetti, Baudelaire, Plath. ¿Acaso alguien leía poesía en estos días? Rió irónicamente para si mismo, mientras tomaba una foto del cadáver.

▬No,… nadie debería

Gerardo se irguió rápidamente, y miró los ojos delineados en negro y las pestañas alargadas

▬¿Qué?
▬Nadie debería leer poesía

Comenzó a llover, situación que no la inmutó pero le dio la oportunidad a Gerardo de invitarle un café. Hablaron mucho, sobre todo de la locura que la invadía, los argumentos para odiar la poesía. Contundentes, reales; Gerardo estaba de acuerdo en cada puntualización que ella hacia. Había que borrar de la faz de la tierra a esos seres, exterminar a los poetas. Cualquiera que hubiese visto la escena, habría notado que Gerardo estaba hipnotizado por el piercing que ella tenía en la lengua y se asomaba a través de sus labios cada vez que ella pronunciaba la letra “O”.


***


Quemaron la sección de poesía de la biblioteca municipal; arrancaron los versos publicados en el suplemento dominical de cada periódico; y finalmente irrumpieron en las salas de lectura, a donde muchachitas deseosas de pasión y palabras domingueras abrían sus piernas a un escritor incipiente que declamaba torpes versos al amor. Gerardo se sintió asqueado y miró con aprobación que ella sonriendo, le mostraba una reluciente navaja que se asomaba del bolso de su gabardina corta.

Fue comenzar una dinámica sencilla. Ir a las salas, escuchar la lectura, esperar a que el escritor saliera del baño, el privado o el callejón, en donde habitualmente una mujer se le entregaba pensando que era un dios de la gramática, la sintaxis, y las metáforas. Entonces ellos esperaban, se miraban, se tocaban accidentalmente mientras escuchaban los gemidos, suspiros y gritos ahogados del escritor y la “lolita” en turno. Después, el escritor caía en sus manos, esas cuatro manos que lo hacían versar, deca, octa, penta sílabos, alejandrinos, modernos, cuartetos, sonetos, y las suplicas caían con la sangre de su cuello, sustantivos, verbos, sinónimos, antónimos, era en la sangre en donde descubrían la fuente de la inspiración, la musa que anidaba en sus venas guardando y llenando cada glóbulo rojo con metáforas hermosas. Los poetas tienen la sangre mas dulce y espesa, pensó Gerardo mientras acomodaba el cadáver del escritor. Ella no los miro, pero sonreía, mientras se admiraba las botas salpicadas de sangre; para Gerardo era suficiente, estaba enamorado, la amaba, y haría cualquier cosa por que esa mujer sonriera. Ella se volvió y siguió su camino.


***


Gerardo se había convertido en el as de las cuatro columnas en la nota roja. Al parecer siempre era el primero en llegar o descubrir los cadáveres de los recientes asesinatos de escritores especializados en poesía. Una ola de pánico se introdujo en las huestes literarias, reclamando protección especial a las autoridades, las cuales no hacían prácticamente nada, pues ¿a quien demonios le importaba si un poeta moría?
Entonces llegó el momento en que las librerías dejaron de abastecer de poemarios a los escasos lectores, las casas de café en donde se hacían las lecturas ahora eran fondas con música grupera, las lolitas decidieron aprender a bailar duranguense y reggeton las más cultas bailaron tango. Gerardo dejó de ser la estrella, no había más asesinatos ni desapariciones. Los poetas se callaron convirtiéndose en taxistas, voceros, políticos, y actores mediocres con pésima voz, los más honestos se perdieron bajo la sombra de un árbol, esperando tiempos mejores. Ella y Gerardo se miraban indiferentes, Ella dejo de sonreír, ya solo lloraba a mares, sollozando, con el delineador en las mejillas, no había esa pasión en su voz, es mas ya no hablaba, se limitaba a despertar y dormir llorando. Gerardo no sabía qué hacer.

Una tarde sin nubes. Recordó a… Graciela, Lucia, Alicia. Hubiera podido pensar en siete nombres mas, todas bellas, todas evocadas es sus solitarias noches, cuando su mano subía y bajaba por la lujuria. Pero Gerardo era así. La inspiración siempre se le escondía, la necesitara o no, lo bueno era que había memorizado algunas frases y adjetivos que le servían para redactar la nota roja, finalmente ese tipo de notas tenían su encanto en sí mismas trágicas, morbosas, siniestras. Como ella. Trató de ordenar sus pensamientos, aspiró a su cigarrillo, y evocó a una musa, no le importaba a cual de ellas invocaba, la única condición era escribirle un poema a Ella… para hacerla sonreír mientras su sangre le salpicaba las botas blancas.

1 comentarios:

Blog de fomento a la lectura dijo...

hey tu narrativa me parece adictiva esta genial, a mi me gustaria que las mujeres me siguieran por mis versos eje no importa si me matan, me parece todo el texto una lectura que pasea firmemente en una metafora del méxico de hoy, solo que no hay poetas no porque los maten, sino porque deja mas la taxeada y no se diga la politica. aunque me consta que hay exelentes poetas y poetisas