21 sept 2009

Princesa con p de pereza.

Princesa con p de pereza.
Ser la madre de todo los vicios me quito la entrada al paraíso y siete veces yo fui tu perdición.

Con pereza respira el medio día brumoso,
Corre el rio con pereza
Entre el azul ardiente y puro;
Las nubes se derriten con pereza.

Y toda la naturaleza, como niebla,
En tibia modorra te golpea,
Y soy yo ahora como Pan glorioso
En la cueva de las ninfas tranquilo, reposado.
Fiódor Tiúchev.



María era una princesa con “p” de puta de pijama y de pincel, sólo sabía hacer eso, ponerle color al mundo, tener las nalgas bien puestas y disfrazarse de una buena siesta.

- María esos bostezos no van. Doce del día, ¿pues qué te crees mujer?

A María le parecía que aquellas boqueadas eran como las campanadas a misa, avisaban la entrada a la puerta del cielo, la entrada a los divinos zzzzzzzzzzueños.
El camino ideal para escapar de las pesadillas de la vida.

- María, te has puesto como ese kilo de almohadas que coleccionas en tu habitación. Si como duermes caminaras no me molestaría verte la acolchonada lonja.

María odiaba que su madre llegara a sacarla de la rutina, lo único que sabía hacer era convertir sus almohadas en piedras, oxidar las sabanas que eran tan suaves como los suspiros y sacudir los sueños que iban cobrando vida en el edredón.
¿Quién necesitaba tender la cama tan temprano, si la idea era salir de la ducha y volverse a tumbar?

- María…, María…, María… ¡no puede ser! De nuevo te quedaste dormida. Olvídalo, nena, yo así no puedo; competir con ese sujeto es imposible…

El sexo era importante siempre y cuando causara el cansancio necesario para tirarse una pestañita de campeonato. Agitar el corazón, profanar las pantorrillas y darle valor a los gemiditos solo valían la pena si el susodicho en turno era capaz de compartir a María con ese tal Morfeo.

- ¡María! Esas malditas lagañas. ¡Límpiate la baba! No puede ser, María. ¿Qué haces en estas cuatro paredes y ese jodido colchón? ¡Sal a que te dé el sol!

Si no hay evidencia no es verdad - así decía María. La saliva y sus lagañas solo eran los testigos de su irremediable crimen: SOÑAAAAAAAAAAAAAAR

María con i de irreverencia y a de acolchonada, se había ganado el apodo de zombi y ella deducía que no se trataba de nada tan banal como los bostezos que le sobraban, sabía perfectamente que era porque sus pesadillas no se alojaban en su cama si no en su realidad.
-Las parejas que se aman despiertas acaban por odiarse plantándose besos, los amores que uno descubre dormida terminan por desearse en una siesta y sus brazos se entrelazan con el alba.
¿O acaso ustedes no han visto como duermen las parejas que se aman, como amanecen y como mueren?

La princesas de verdad no viven en castillos, no las despiertan los príncipes, no tiran su cabellera desde altas torres ni mucho menos tiene su “felices por siempre”; las princesas de verdad son como María, llevan su P de precoces; su i de imperfectas de inusuales y hasta de intrusas.
Se esconden en las ciudades grandes esperando poder robar todas las imágenes posibles para después acomodarlas a su antojo en los sueños con ayuda de su alcahuete, el Sr. Inconsciente; asechan a sus príncipes esperando en los más profundo de sus corazones que estos llenen sus sueños y si no fuese así siempre estará Morfeo para complacerlas en el fondo de las sabanas.

Las princesas como María saben que para ser de la realeza uno siempre debe de cargar con su P de pereza en el bolsillo, aguardando el momento perfecto para poder usarla.

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