31 mar 2009

Recuerdos. Bernardo Anaya.


Me encontraba tallando la madera para un pedido que debíamos entregar esa misma tarde, pero ya mi estomago me pedía algún aperitivo, decidí ir a la fonda del pueblo, era un día nublado, las calles, esas de piedra y lodo, ese olor a tierra mojada, nunca me imaginaba lo que estaba a punto de ver, yo seguí mi camino saludando a todos los amigos del pueblo, que estaban sentados a las afueras de sus hogares, en los equipales, esos indispensables para pasar una buena tarde, platicando los pocos acontecimientos que sucedían en Pajacuarán, pase por la plaza y encontré a José María, que me invito un trago de aguardiente, me costó trabajo pero no acepte.
Al llegar a la fonda, fue imposible observar a esa mujer con vestido elegante y perfume seductor que con prisa paso a mi lado con la cabeza agachada, yo entre, y pedí un churipo mientras tome asiento el aroma de lugar a adobe, de repente sentí como mi mente se obscurecía, tratando de recordar a la mujer que había visto hace instantes, y de repente recordé el rostro de la mujer en un segundo seguida de flashes que me decían todo.
Al aclararse mi pensamiento, solté la cuchara, deje el dinero sobre la mesa, y también creo que ahí olvide mi chamarra, Salí corriendo, no sabía a dónde se había ido, me encontraba exaltado porque después de cinco años había regresado aquella mujer con la que había compartido momentos magníficos, aquella con la cual caminábamos bajo la lluvia y ni siquiera el agua que caía sobre nosotros era capaz de distraernos, ella se había ido del pueblo, se había marchado a la capital, junto con toda su familia, cosa que en aquel tiempo iba contra su voluntad, teníamos planeado irnos juntos para no separarnos, pero mi inmadurez o tal vez el confiarme ya que ella prometió volver, pero solo en promesa quedo, todo esto me pasaba por la mente, empezó a caer la lluvia, y también la desesperación empezaba a inundarme, las lagrimas derramaron, tenía que escuchar una explicación, saber que fue de su vida, pero toda búsqueda fue inútil, nunca mas volví a ver a Rosario, siempre deje ir las cosas, porque creía que no tenían suficiente importancia, regresando a casa lleno de frustración, recordé que mi chamarra la había olvidado en la fonda, estaba tan fuera de mi, que tampoco decidí regresar por ella hasta el día siguiente, cuando llegue me dijo Doña Citlali, que Rosario había estado esperándome, y que como nunca regrese por mi chamarra me dejo una nota dentro de ella, la nota decía…….. Al terminar de leerla, la manos me temblaban, ahora sé que todo tiene su tiempo y valor, aun sea lo más insignificante como dar tiempo para regresar por mi chamarra, o tal vez por el amor que tantos recuerdos me trajo consigo.

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